miércoles, 18 de diciembre de 2024

Walter Pidgeon

 Walter Pidgeon

Walter Davis Pidgeon (Saint John, 23 de septiembre de 1897-Santa Mónica, 25 de septiembre de 1984) 

Si en la época dorada de las películas, en los años treinta, cuarenta y cincuenta, a la gente de Hollywood se le hubiera pedido que votara por quién era la persona más simpática de la ciudad, Walter Pidgeon seguramente habría encabezado la lista. Walter Davis Pidgeon, o Pidge, como a sus amigos les gustaba llamarlo, era un hombre guapo, en el sentido de la década de 1940 de ser guapo: bien afeitado, bien peinado, sin un cabello fuera de lugar. "Era el único caballero de Hollywood", dijo Greer Garson, quien hizo ocho películas exitosas con él, siete en las que interpretó a su esposo. "Nunca lo escuché levantar una voz enojada. Nunca lo escuché decir una mala palabra sobre nadie, ni escuché a nadie decir una mala palabra sobre él. Era un caballero y un hombre gentil ". Si, Walter Pidgeon pudo y actuó y lo demostró en más de 100 películas, algunas de las cuales se encuentran entre los grandes clásicos del cine: Saratoga, How Green Was My Valley, La Sra. Miniver, Madame Currie, La Sra. Parkington... También se decía que era el hombre mejor vestido de Hollywood, una pasión que llevaba casi hasta el punto de la obsesión. Por ejemplo, cuando una tintorería devolvió un par de pantalones que no habían sido planchados para su satisfacción, compró una mesa de planchado profesional y durante el resto de su vida él o su esposa se hicieron los pantalones en casa. Incluso le preocupaba la manera en que se vestían los demás. Si un periodista venía a entrevistarlo, lo observaría desde una ventana de arriba de su mansión Bel Air. Si el visitante era descuidado en apariencia y vestido descuidadamente, algo de lo que muchos periodistas eran culpables, Pidgeon enviaría a alguien para decirle al desafortunado visitante que no estaba disponible para la entrevista. Por otro lado, si el periodista obtuvo su aprobación, no solo obtendría la entrevista. sino que muy probablemente seria invitado a quedarse a cenar. 

En su escandalosa biografia, el chapero de Hollywood; Scotty Bowers, contó un echo que sorprendió a gran parte de la comunidad de Hollywood, que el distinguido actor Walter Pidgeon, era homosexual. Este es el relato de Bowers. "En 1946 yo tenía veintitrés años y la ciudad de Los Ángeles vivía un magno periodo de desarrollo posbélico. Aunque la zona metropolitana podía presumir de poseer un sistema completo de autobuses y tranvías, la era de las autopistas estaba a punto de empezar. Como había que abastecer a la industria bélica, no se habían fabricado automóviles desde 1942. Ahora la producción experimentaba un nuevo auge. El automóvil se disponía a ser el rey y a fijar una tendencia que haría que Los Ángeles creciera en torno a los coches y a la vasta red de autopistas. Las gasolineras no tardarían en ser un emblema icónico del paisaje y ya surgían por todas partes. Muchas se convirtieron en lugares de encuentro para jóvenes soldados recién licenciados de las fuerzas armadas. Con su animación a altas horas de la noche, sus accesos brillantemente iluminados y sus máquinas expendedoras de refrescos, eran el sitio ideal para que chicos sin empleo merodeasen con sus novias, pasaran el rato y se reunieran con amigos. Russ Swanson, un ex compañero mío del cuerpo de marines, trabajaba en una gasolinera de la Union Oil en Wilshire Boulevard. De vez en cuando me pedía que le ayudan desde las ocho de la mañana hasta las cuatro y media de la tarde, la hora en que yo me iba a trabajar a la gasolinera nocturna de Hollywood Boulevard. Una mañana recibí una llamada suya diciendo que necesitaba que le sustituyera durante un par de horas, así que me dirigí a su puesto y me ocupé de los surtidores. Era un dia precioso, claro y soleado, y no esperaba que hubiese mucho tráfico. Con un clima así la gente solía ir a la playa; no pasaba mucho tiempo dando vueltas en un coche caliente y asfixiante. Me resigné a lo que se presentaba como una jornada aburrida. A eso del mediodía, cuando Russ volvió, estuvimos charlando un rato. Luego, justo cuando yo iba a marcharme, llegó un reluciente Lincoln cupé de dos puertas. Era un automóvil grande, caro, elegante. Sólo alguien rico y famoso podía conducir un coche así. Como Russ estaba ocupado en la oficina yo atendí al cliente. Cuando me acerqué al lado del conductor bajó la ventanilla y apareció la cara de un hombre muy guapo y de mediana edad al que yo estaba seguro de haber visto antes. —¿Puedo ayudarle, señor? —pregunté. El hombre al volante sonrió, me miró de arriba abajo y dijo: —Si, segurisimo que puedes. —¿Qué vas a hacer el resto del día? —me preguntó con un tono muy amistoso, pero sin alterar su semblante inexpresivo. Bueno, no era muy dificil adivinar lo que quería. Capté el mensaje al vuelo. Cogí el dinero, le di las gracias y fui a decirle a Russ que me marchaba. Un par de minutos más tarde estaba en el cómodo asiento de cuero del copiloto en el coche de Pidgeon. Ninguno de los dos habló cuando salimos de la gasolinera y enfilamos hacia el oeste por Wilshire Boulevard. Tras unos minutos de silencio embarazoso me tendió la mano derecha y dijo: «Me llamo Walter.» —Scotty —dije, y le estreché la mano. Y eso fue todo, el relato completo de nuestra presentación. Lo demás fueron bromas y palique ocioso. Hablamos de la guerra que había terminado el año anterior y comentamos mi participación en ella en el cuerpo de marines. Me preguntó qué edad tenía, de dónde era y si conocía a mucha gente en la ciudad. Unos veinte minutos más tarde subíamos Benedict Canyon, en Beverly Hills. Metió el coche en un sendero asfaltado que llevaba a una casa grande. Al girar el volante señaló las vedas imponentes del otro lado de la calle. —¿Te gustan las estrellas de cine? —preguntó. —Claro, ¿por qué? —contesté. Indicó con un gesto el sendero de entrada opuesto y me dijo que allí vivía Harold Lloyd, el famoso actor del cine mudo. Susurré un asombro fingido. Quería que creyera que me impresionaban las celebridades, pero tenía que mantener mi pose de que no le habia reconocido a él. Cuando la gravilla crujió bajo las ruedas aparcó el Lincoln delante de una enorme casa de aspecto lujoso, me miró de reojo y dijo que el hombre que vivia allí era amigo suyo. Sí, ya, pensé. Fuera quien fuese era sin duda algo más que un «amigo». Sin embargo, me reservé estos pensamientos. El billete de más que me había dado —uno de veinte dólares— significaba mucho para mí. Tenía cosas en que gastarlo, desde luego. Tramaran lo que tramasen Walt y su amigo, decidí seguirles la corriente. Saqué las piernas del auto, cerré la portezuela y me reuní en el pórtico con Pidgeon, que llamó al timbre. Cuando Jacques Pons abrió la puerta se sorprendió al verme. Saludó a Pidgeon y luego me miró de arriba abajo como si estuviera examinando una mercancía. Tuve la sensación de que le gustó lo que veía. Potts nos condujo a través de su vivienda palaciega hasta la piscina del jardín trasero y después se dio media vuelta y desapareció dentro de la casa. Pidgeon se me acercó y me dijo: —Hace calor, Scotty. Date un chapuzón. Yo vengo dentro de un minuto. Se volvió para entrar en la casa pero no sin antes lanzarme una observación rápida. -No necesitas traje de baño. Aquí no hay nadie más. ¿Que diablos?, pensé. ¿Que más da? Asi que me desvestí, tiré la ropa encima de una tumbona y me lancé totalmente desnudo al agua centelleante. Estaba deliciosa. Nadé uno o dos largos antes de que Potts reapareciera, seguido por Pidgeon, que sólo cubría su desnudez con una toalla alrededor de la cintura. Eligieron sendas tumbonas, se recostaron y me miraron. —Háblame de este nuevo amigo tuyo, Pidge —dijo Pons. Al parecer a Pidgeon todos los amigos le llamaban Pidge. Me estaban evaluando, examinando, midiendo. Yo era un juguete que se inspecciona meticulosamente antes de meterlo en el corralito. Y a decir verdad disfrutaba de cada segundo de la situación. Al cabo de una hora de sexo realmente cachondo, precedido por la felación que ambos me oficiaron por turnos, los tres nos desahogamos y nos relajamos alrededor de la piscina. Para entonces, por supuesto, Walter Pidgeon ya me había revelado su verdadera identidad. Yo fingí una absoluta sorpresa. Carraspeé, me trabuqué e hice grandes aspavientos, esforzándome en parecer a la vez intimidado y emocionado por su mera presencia, lo cual, para ser sincero, era verdad. En cuanto a Jacques Pons, pronto supe que su nombre auténtico era Jack y que Jacques era un nombre francés de fantasía que se había inventado en consonancia con su profesión de conocido sombrerero de estrellas. Resultó que los dos estaban casados. La mujer de Pidgeon era Ruth Walker y se había casado con ella en 1931. Aquel día, antes de marcharme, me pidió que le jurara silencio y me suplicó que no mencionan nada a nadie de lo que había ocurrido entre nosotros. Le dije que era totalmente capaz de ser tan discreto como fuera necesario e instintivamente supe que me creía. La mujer de Potts estaba fuera de la ciudad. Y como él y Pidge habían acordado verse aquel día, habían dado la jornada libre a los criados y el jardinero. Era una oportunidad perfecta para retozar bajo el sol abrasador del sur de California. Pidge y Potts eran los dos muy agradables, encantadores, unos chicos muy simpáticos. Los dos eran finos, bien educados y muy ricos. Sus modales eran impecables. Ninguno de los dos exhibía un asomo de conducta afeminada. Ambos disfrutaban también de una notable buena forma Fisica, teniendo en cuenta su edad. Walter Pidgeon debia de tener cincuenta como mínimo en aquella época. Pons quizá era un poquito más viejo. Eran plenamente masculinos en todas sus maneras y en el modo de moverse, hablar y comportarse. Lo único que les diferenciaba un poco de los heterosexuales era el hecho de que gozaban del sexo tanto con hombres como con mujeres. Y, con toda franqueza, yo no veia nada malo en eso. Como consecuencia de nuestro encuentro, Pidge y yo nos vimos de vez en cuando durante los siguientes años, siempre para una sesión de sexo seguida de una generosa propina. Su preferencia era mamármela mientras se masturbaba. Llegaba al orgasmo en el mismo momento en que yo alcanzaba el mio. En las raras ocasiones en que en años posteriores nos reuníamos con Jacques Pons, los tres componíamos traviesos e inventivos ménages á trois. A veces yo hacía de voyeur mientras ellos dos se dedicaban a lo suyo y Jacques servía de «base» a la «peonza» de Pidge. ¿Entienden lo que quiero decir? Estoy seguro de que no tengo que explicarlo. Lo cierto es que, hiciéramos lo que hiciésemos, y cada vez que lo hacíamos, siempre lo pasábamos en grande". 

Arriba: Portada del libro escrito por Scotty Bowers, que en España se tituló: "Sevicio Completo". En él se cuenta las preferencias sexuales de hombres y mujeres del mundillo del cine. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Gracias por vuestro comentario